Desafiante.
Desafiante. Y aquí me encuentro una vez más ante ti, cuál David ante Goliat, con mis manos desnudas, sin piedra, ni honda, con la certeza que lo eres todo para mí y yo tan solo uno más para ti. Como siempre, mi pecho se hincha de tu brisa ante tu presencia y la luna como testigo, observa quien soy, ella rebelde, silente y expectante. Jamás me había sentido tan desafiante, quizás llevado por este sentimiento, decido abrir mis emociones y hablarte como lo puede hacer un mal hijo ante un buen Padre, cuando el tormento se apodera del corazón y la desesperanza le hace el amor al marchito corazón de un hombre. En la oscuridad de tus aguas veo reflejado este bajo sentimiento que no enaltece quien soy, pero a mi pesar me refleja. Una a una las olas vienen hacia mí, recordando una y otra vez que nada se detiene y que todo seguirá en movimiento aún sin mí o sin mi aliento. Tu poderoso rugido, que es tu lenguaje ante los tristes, me dice: ¡No te atrevas! Y mi mente me grita: ¡Recuerda a Od