Vivir en la embriaguez



Vivir en la embriaguez.


 Se escuchan risas, murmullos, se dejan escuchar también someros recuerdos a través de una canción, buena en esencia, pero mal comprendida.

 Era, por defecto el típico lupanar de mala muerte, su olor, el pimpineo de copas, mundo de traición, rostros de amor en cada lágrima que corre por sus mejillas.

 Así era él, apasionado y ciego.

 Levanta su mano, inclina su copa y derrama el contenido por completo sobre sí. El vino recorre su rostro y va surcando su cuerpo desgastado, cansado, tan ebrio.

 Su mente no puede dejar de pensar en lo triste de su destino, él cree saber la razón de su desdicha, aunque esa razón se escape ya no le puede dar forma a través de las excusas y las explicaciones inútiles.

 Quizás fue echado de aquel burdel, si, y lo fue en realidad como un perro cazador de una madriguera.

 Una vez más él se entregó a las calles.

 Paso tras paso se aleja de aquel sitio solo para no saber a dónde ir, cansado se deja caer, ve al cielo y cierra sus ojos.

 Y sucede, por un instante siente calidez, siente como si un manantial de agua tibia recorriera su cuerpo, abre sus ojos y para su sorpresa está rodeado de varias mujeres jóvenes muy hermosas con un aire virginal.

 Sumergido en una tina de baño muy lujosa, su cuerpo desnudo es atendido por ellas, con suave tono lo llaman amo, señor.

 De forma muy pausada él pregunta:

¿Dónde estoy?

 Y le responden:

 En casa mi señor.

 Y vuelve y pregunta:

¿Dónde?

 En casa mi señor, en sus dominios.

 Responden las criadas de la forma más complaciente y dulce.

 Sin advertirlo se incorpora rápido muy rápido sale corriendo todavía desnudo y recorre todo lo que puede y observa, ve la opulencia del recinto, los largos pasillos, las docenas de habitaciones y salas; sin duda es un palacio enorme hermoso, pero no sé ubica.

 Inesperadamente cortando como cuchillo su atención, rompiendo el silencio de su angustia se deja escuchar la respiración agitada y corta de una mujer.

 Sin querer atraviesa todo con su presencia deslumbrante al cruzar por uno de aquellos numerosos pasillos y dice:

 Amor ya estás en casa, con tus hijos, conmigo tu fiel esposa en tu reino.

 Al ver todo tan hermoso y perfecto no pudo más no aceptaba esta realidad y corrió, corrió sin control abriendo puerta tras puerta, recorriendo sala tras sala del castillo, como buscando su realidad, su mala vida.

 En una de esas habitaciones encontró una mesa, llena de comida y mucho licor.

 Se lanza sobre ella apartando la comida, tirando todos esos manjares al suelo como bestia y toma por el cuello una botella del más rojo y añejo vino.

 Cierra sus ojos una vez más y siente como se desliza por su garganta seca ese dulce líquido que al caer dentro de su cuerpo lo devuelve sin sentido a su nivel, a su asumido confort.

 Al abrir los ojos lentamente, se nota frente a frente con una desgastada sinfonola, lo rodeaba el humo de cientos de cigarrillos estaba solo de nuevo, ebrio de nuevo, en aquel bar de nuevo, pero se siente ahora sí, de una manera muy bizarra en casa.

 Roger Wolcott Sperry, fue el primer psicólogo en recibir el Premio Nobel de Medicina o Fisiología en 1981.

 Este maravilloso ser humano descubrió a través de numerosos estudios que los hemisferios de nuestro cerebro, derecho e izquierdo, funcionan como dos cerebros independientes cuando de procesar lo qué vemos en el mundo que nos rodea se trata.

 Como algo maravilloso podemos procesar diversas realidades y decidir.

 Si queridos amigos lectores un cerebro y dos mentes en la realidad que procesamos, en nuestra manera de afrontar y en nuestra puesta ante la vida.

 Es un hecho vemos la realidad a través de grandes lentes o cristales que son nuestro filtro principal maestro ante todo lo que nos rodea.

 La mente es ese lente, ese filtro y la integridad y nitidez de lo que vemos y procesamos está en el cuidado que le tengamos a este instrumento.

 Podemos decidir vivir siendo los amos de nuestro destino, ser los señores de nuestro destino, vivir en palacios de mármol y ser bañados por vírgenes doncellas con aguas tibias siempre que queramos, que nos aceptemos por completo como seres de luz o por el contrario salir corriendo y tomar a la ignorancia por el cuello y bañarnos en su mundo de falsos deseos.

 Podemos también ser y pensar de manera equivocada, como aquel desdichado que prefirió empañar, rayar los cristales con los que define su vida y vivir de manera falsa, superficial, insatisfecho, pero cómodo, alimentando su vida con la más vulgar embriaguez.


Por: Luis Gonzalo Guerrero.



 Autor de: "Un adiós en el malecón"


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