Bois de Boulogne.
Bois de Boulogne.
Aunque, en esta fría noche en la cual se alza mi mano y esgrimo mi pluma, este hermoso bosque de Boulogne sé encuentra a tres grados centígrados, con un uno porciento de precipitación, una humedad del setenta y siete porciento y una velocidad de viento de siete nudos, para el verano de 1416 el clima y la situación en general era otra por estas tierras.
Este hermoso lugar que ahora luce ideal e idílico, para el verano del mencionado año estaba completamente lleno de forajidos y maleantes.
En esa época se desarrollaba entre Francia e Inglaterra la tristemente célebre guerra de los 100 años, conflicto del cual podemos decir mucho, pero en esta oportunidad solo diremos que duró 116 años, 4 meses y 25 días para ser exactos.
Esta guerra como todas en definitiva, trajo pobreza, tragedias, trajo todo lo malo que las grandes guerras pueden engendrar.
Ese verano en particular era de un clima benevolente unos 19 grados centígrados, un sol radiante y una humedad muy baja.
En contraste con la crisis que vivía la población y el país entero, ese bosque brillaba como nunca, los cedros se elevaban hasta tocar el cielo y dos hermosos lagos se unían en una comunión celestial para formar la más hermosa de las cascadas.
Esto no cambiaba para nada la sombra que ejercía el peso de la guerra sobre la mente y el alma de Jean Pierre Moreau, este hombre desprovisto de fortuna, la vida lo había llevado a vagar por el bosque sin rumbo definido, él mendigaba con regularidad en la ciudad de París, pero su falta de autoestima, pesimismo y mediocridad, lo alejaban cada vez más, allí en ese bosque se encontraba rodeado de todo lo bello, pero él se desgastaba maldiciendo su destino y su realidad.
Paso tras paso pateando piedras y palos en su camino con sus manos en los bolsillos iba culpando a todos de su suerte, al gobierno a la guerra a su esposa a sus hijos, en fin no veía nada bueno en su vida él se sentía una víctima de su entorno, su mente solo se justificaba se compadecía de sí mismo.
Cuando de imprevisto a lo lejos se deja advertir un carruaje muy lujoso tirado por corceles blancos inmaculados. Jean Pierre de inmediato observa y piensa:
Esta es mi oportunidad pediré limosna, no obstante no una limosna habitual porque de seguro en ese carruaje tan hermoso debe estar el Rey, romperé un poco más mis ropas me llenaré de barro y me tiraré en el medio del camino.
Y pensó de nuevo, aunque no creo tener suerte porque yo soy así, lleno de la más pura y mala suerte, seguramente agarrará otro camino, sin embargo, no fue así efectivamente el carruaje siguió por el camino donde estaba Pierre y en efecto era el Rey.
Era el Rey Carlos VI de Francia, que al ver a este hombre harapiento tirado en medio del camino se apeó de su carruaje y exclamó:
Pobre hombre.
¿Qué haces allí? En mitad del camino.
A lo que le contestó Pierre Moreau:
Esperando un alma buena que me dé una moneda.
El rey cogió su bolsa de monedas de su cinto y por un instante se detuvo y la colocó de nuevo en su lugar y dijo:
El que tiene que darme una moneda eres tú y la quiero de inmediato, estas son mis tierras.
Pierre rápidamente se incorporó asustado, pues todos sabemos que a un rey no se le puede llevar la contraria.
Y de su bolsa de monedas flaca y polvorienta, saca la moneda de cobre más pequeña e insignificante que poseía.
El rey se marchó y Pierre enojado maldijo al cielo, a su suerte y a su vida, lanza su desgastada bolsa al suelo y nota que al caer, todas las monedas grandes que poseía seguían siendo de cobre, pero las más pequeñas se habían convertido en monedas de oro.
¿Qué significa esto amigo lector? o ¿A dónde quiero llegar?
Si a la vida le apuestas lo más pequeño de ti, recibirás lo más pequeño que ella te pueda ofrecer.
En la vida debes apostar en grande, apostar todo de ti si quieres ganar en grande.
Como nos dijo el físico Alemán, Albert Einstein:
"Más allá de la fuerza nuclear está la fuerza de la voluntad".
Por: Luis Gonzalo Guerrero.
Autor de: “Un adiós en el malecón”
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