Soledad maravillosa.

Soledad maravillosa.

 La soledad tiene muchas presentaciones en ocasiones se torna triste como el canto de aquella ave que abandona su nido por primera vez, aunque eso sea necesario.

 Está la soledad en compañía la que se siente al lado de alguien aunque esto suene un total contrasentido, también y porque no, está la soledad intelectual que para mí es la más triste de todas.

 En esta ocasión, quisiera dejar caer ante ustedes de manera muy íntima, lo que para mí fue un momento de soledad maravillosa.

 La cubierta de mi bote fue testigo silente ella y mi espalda recostada sobre ella.

 Quizás también mis manos fueron testigos, maltratadas, rudas, pero entrelazadas como amantes que servían de almohada a mi cabeza cansada de la faena diaria, al igual que el resto de mi cuerpo.

 Mis ojos cerrados y mis oídos abiertos por completo a los sonidos del mar de mi amado mar, sonidos que dejaban volar mis pensamientos con la misma gracia en vuelo de aquella ave que cantaba triste lejos de su nido.

 Todo se hacía perfume, la brisa tu sonrisa entre mis sienes, tus besos y el compás de las olas al chocar contra mi borda. Ya sentía el inclemente sentimiento de estar solo, totalmente solo.

 En cada respiración pausada y rítmica yo dejaba salir mis temores, temores de volver, pues el que ama al mar no desea volver aunque tenga un gran amor en puerto, jamás ni nunca ninguno superará el amor por ti mar.

 Pienso en tus caricias, en tus cabellos, en lo pronunciado de tus caderas y mi corazón se acelera de una forma armónica, pero continua que no colapsa mi descanso.

 Ya no estoy acompañado por mis latidos, no salgo de la idea de que estoy solo completamente.

 La madera fría y húmeda en total contacto con mi piel evoca tu adiós, ese adiós en aquel malecón donde mis saladas lágrimas se fundieron con las aguas, como tu cuerpo en el mío.

 Perdiéndose cada una de esas lágrimas cuál esperanza en un desahuciado. Ya sin poder contener todo el océano cautivo en mis ojos nada más una gota se desliza por mi mejilla, como otra testigo muda de mi sórdido dolor.

 Exclusivamente con mi nave, nada más con mi alma abrazo a mi desilusión mentalmente y me pregunto apretando mis párpados.

¿En qué fallé? O ¿En qué fallamos?

 Si cada beso, si cada caricia era un monumento a la pasión.

¿Serás tú mar el asesino de mi ser?

 Cuando con dulces vientos y favorables mareas me alejas de puerto ansioso, feliz, aunque enamorado.

 Solo, así me siento sin ti.

 Mi cuerpo no deja de buscarte inclusive en la cubierta de mi vieja nave. Muevo mis pies como cuando buscaba el contacto con los tuyos, cosa que para nosotros era un pacto con lo divino, la cercanía del amor, la llave del deseo. Ya no te encuentro, únicamente encuentro cabos fríos y ásperos.

 En un momento mágico siento tu presencia y como tempestad violenta, abro mis ojos buscándote, amándote y veo asombrado todo ese manto de estrellas, manto celestial infinito perfectamente estructurado como pequeños diamantes brillando sobre mí. Todas mirándome.

 Fue cuando comprendí que existen soledades sagradas, soledades divinas. Que jamás se está tan solo cuando estas en el mar, pues te acompañan los luceros, las constelaciones o con suerte el lejano amor de una hermosa mujer.

Por: Luis Gonzalo Guerrero.

Autor de: "Un adiós en el malecón"

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