La vastedad de la existencia.


La vastedad de la existencia.


Sentado, taciturno, en lo alto de un risco, en sus ojos, ardía un fuego creador totalmente conmovedor, originario.

Los rasgos de su rostro no denotaban otra cosa que una profunda firmeza. Con fuerza, un viento violento y estremecedor hacía volar su túnica.

Feroz su mirada, sin despegarse ni por un instante del horizonte espléndido que se manifestaba frente a él, sin ninguna humildad ni por un instante, dejaba de pensar que su cometido era necesario, era posible. Así se encontraba este sabio, solo con sus pensamientos, con sus reflexiones.

En intervalos distantes en el tiempo, una lágrima salía de cada uno de sus ojos, no por dolor o pesar, no, esos tipos de sentimientos los guardaba muy dentro de él, es más, todas sus motivaciones personales e individuales las guardaba para otro momento, un momento que desconocía.

Él sentía que su vida la empujaban otros corceles, otras mareas.

Aquellas lágrimas eran generadas, entre otras cosas, por el hecho de su total atención, por su obsesión con el tema. También se debían a la acción continua de suspender el parpadeo cuando dirigía su mirada como un dardo a la vastedad de la existencia.

Cuando un hombre incluye todo su ser al hecho de pensar, de discernir, todas las otras funciones fisiológicas quedan en segundo plano.

Aquel horizonte en particular era muy hermoso, este punto de encuentro entre el mar y el cielo estaba tan lleno de vida, tan lleno de luz, aunque a su vez le recordaba lo finito, lo aparente que es todo y que esa línea recta perfecta frente a él no es más que un segmento de una gran curva que forma una gran circunferencia.

Estagira en Grecia, así se llama el sitio donde todo aconteció. Sus playas con características muy especiales fueron el escenario donde este noble sabio desarrollaba en esta ocasión, su ardua tarea de pensar, de reflexionar sobre la existencia y todo lo que ello conlleva.
Por esas cosas del destino, en su empeño de dirigirlo todo y como señal mágica en aquel escenario, se deslizó el vuelo de un albatros. Esta ave magnífica adorna la escena y el sabio la sigue con su mirada.

El ave magnífica se posa en la orilla de la playa y, a pocos metros de ella, se encuentra otro hombre, en una actividad frenética e incesante. Con una cucharilla de plata en su mano, corría desde la rompiente de la ola hasta un pequeño agujero hecho por él en la arena.

Esto desconcertó al sabio, no entendió tal proceder, pero algo en esa actividad lo capturó, lo Impulsó a descubrir lo que hacía.

Se le acercó con gentileza y le dijo:

Hermano, no quiero interrumpir, pero...

¿Qué haces?

Y el mortal, sin apaciguar ni un poco el paso, le contesta:

¡Algo muy importante!

¿Podrías explicarte?

Sí, pero solo lo haré una vez.

Trato de vaciar todo el océano en este hueco, utilizando mi cucharilla.

Pero eso es imposible —dice el sabio.

El océano es gigante y el hueco es muy pequeño, jamás lo harás y menos con una cucharilla, así sea de plata, es imposible, te pido que desistas, por favor.

El hombre ve su cucharilla, ve el hueco en la arena, ve el océano y contesta:

No importa a lo que te dediques, si es imposible o no, lo importante es lo noble de tu acción.

Tú, gran sabio, serás el mejor ejemplo de ello.

—Dice el hombre y reafirma—.

Dedicarás tus esfuerzos en descifrar la vida, la existencia y todo lo que ofrece.

Con absoluta convicción, todos sabemos que la existencia es un océano infinito y tú tratarás con poco éxito de definirla, de entenderla y contextualizarla.

Ese será tu hueco en la arena, quizás y con suerte las herramientas para tu labor serán tus pensamientos e ideas, que serán cual cucharilla de plata con la que sin éxito tratarás de alimentar tu ego.

Por: Luis Gonzalo Guerrero.

Autor de: "Un adiós en el malecón"

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