La gratitud es la memoria del corazón.
En ocasiones saboreo al cerrar mis ojos, los dulces besos de mi amor en el presente, cuando se diluyen entre el sonido de pájaros, entre el aleteo de viejos pelícanos en franco vuelo que rivalizan con la armonía del choque de las olas contra mi borda.
Besos que me acompañan siempre, ahora en mi sosiego saben tan dulces como en aquel día de nuestra primera vez, día de verano donde mecidos por las aguas entre manglares y cocoteros pactamos amor.
Cuando estoy al mando de mi nave la siento enorme, marinera, capaz de surcar los siete mares de ser necesario. Entendiendo mi nave sin duda alguna como una metáfora de mi vida.
Y sucede, sin previo aviso se coloca ante mí un buque realmente grande gigante de guerra que son los que normalmente me impresionan, ha ojo realizo un cálculo y entró en cuenta de sus dimensiones.
Pienso que importante es tener faros de guía en la navegación, tener buques a los cuales admirar y tener como referentes.
Así de esa manera existen personas que en la vida son como portaaviones, personas que su estela abarca no solo sus vidas sino otras vidas y sus acciones de combate no solo incluyen sus propias batallas, sino que lidian de manera inteligente y diligente en las batallas de los demás convirtiéndose en flor de cayena en medio del desierto.
Así es Nelson, y no me refiero a Horacio Nelson, I vizconde de Nelson, I duque de Bronté nacido en Burnham Thorpe, Inglaterra, en el año 1758 y fallecido en el Cabo de Trafalgar, en el año 1805, Vicealmirante de la Marina Real británica. No, me refiero a mi tío Nelson Cáceres que en cuestión de nobleza no ha de tener nada que envidiarle a aquel prestigioso almirante.
Personas como mi tío Nelson están en el mar de la vida como portaaviones flamantes, demostrando que el calado de una nave lejos de impresionar por sus dimensiones debe ser ejemplo de colaboración, gallardía y compromiso.
No escribo estas líneas como un sentimiento personal por qué sé que la caballerosidad y la voluntad de apoyar al prójimo y a su familia son algo público y notorio en Nelson, pasa de ser algo de circunstancias o compromiso a un estilo de vida.
Él se siente mejor dando que recibiendo, dando cariño, buenos consejos, una mano amiga y cálida en los momentos más fríos de algún necesitado.
Así es Nelson, así es ese portaaviones clase Nimitz que surca los océanos de las almas de los que tenemos el placer de conocerlo, motivándonos y como un coro gregoriano, todos al mismo tiempo haciendo alarde de poder contar con él siempre.
De esta forma es Nelson para mí, así es Nelson para muchos, tengo mis oraciones puestas en la más profunda fe que el dios de los mares, el divino timonel nos brinde mucho más años de amistad para poder disfrutar de su buen consejo, de nuestros lazos de familiaridad y entre copetines y habanos de lujo, sembrar este sentimiento tan especial que nos embarga desde el día que nos conocimos, posiblemente en otra vida, posiblemente en alguna latitud cercana las islas Azores.
Gracias por tanto mi querido tío…
Por Luis Gonzalo Guerrero.
Autor de: "Un adiós en el malecón".
Grupo Editorial Jurado.
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