Puerta norte y ciudad de la eterna primavera.
Puerta norte y ciudad de la eterna primavera.
Durante la Guerra del Pacífico, Guerra encarnizada entre países hermanos y vecinos que se desarrolló entre los años 1879 y 1883, la conquista de Arica fue un desafío ineludible para las tropas chilenas, valientes y aguerridos soldados dispuestos a dar hasta la última gota de su sangre pues la toma de la ciudad pasaba necesariamente por la toma del Morro y del complejo defensivo aledaño a él. Por esta razón, esta acción es una de las más recordadas de la Guerra, por el arrojo y valor demostrado tanto por los soldados peruanos como por los chilenos; lo que ha convertido al Morro en un emblema de valor y nobleza que puede llegar a tener un hombre, un soldado cuando lucha por sus ideales, sus convicciones y su patria.
Yo aquí en este Morro sitio plácido y ahora en calma, no puedo dejar de pensar en mis propias guerras, en mis propias batallas, no dejo de maravillarme ante la vista seductora que llena cada poro de mi piel con la más divina brisa cargada de mar, de recuerdos y de deseos satisfechos.
Observar las faenas marineras en el puerto desde este sitio tan destacado e inmortal me trae recuerdos, recuerdos de otros puertos, de tantos otros puertos y llego a la conclusión que mi vida está atada a todos esos puertos, a las mareas y a las poderosas naves que los habitan, en definitiva soy parte del mar.
El mar es para mí como aquella lágrima que corre sin cesar desde el hermoso rostro de un gran padre, cuando en un acto divino de la más pura ternura entrega todo su amor a un hijo, un hijo muy amado.
Posar mis pupilas en la bastedad del ancho mar Pacífico, es entender lo que conecta este planeta a mi alma, es lo que soy en espíritu y esencia, soy mar, soy viento.
En esta oportunidad mi ciudad de turno es Arica, puerta norte de chile, la ciudad de la eterna primavera. Hermosas sus playas, sus mujeres y llena de la más rica historia, en su centro se destaca como un faro espiritual una iglesia diseñada por el célebre ingeniero civil francés Gustave Eiffel, entre otras cosas tiene un clima especial cargado de salitre, ademanes marineros y modismos portuarios, atributos que me fascinan.
Como la arena que se cuenta por granos mi alma se dispersa por estas latitudes estoy seguro de que no será mi destino final, pues no tendré un final por lo menos no para lo que siento y expreso a través de cada letra, de cada texto, mis experiencias vivirán de una manera muy sutil en las retinas de los generosos ojos de algún desprevenido lector.
Y así mis pensamientos se harán uno con lo eterno, con lo que no admite ruegos y haré de mi consecuente rolar, una vida, mi absoluta pasión.
Por Luis Gonzalo Guerrero.
Autor de: "Un adiós en el malecón".
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