Todos somos Eugen.




Todos somos Eugen. 


 Eugen Stefanovich Kobytev, es un soldado soviético que en un día de invierno día marcado por su destino emprende un viaje, una travesía que se hará parte de la historia y ahora de nuestra historia.

 Era 1941 y las hostilidades entre la Alemania Nazi y la Unión Soviética eran un hecho real que estaba de manifiesto con el avance de la operación “Barba Roja” desde junio de ese año.

 Eugen, partió de Moscú territorio que mantenía total resistencia, el parte con la ilusión en su mirada al igual que todos sus compañeros de armas de detener la avanzada del invasor, de defender el suelo patrio y de resguardar el honor de su país.

 Esto se nota en su mirada en lo firme de sus convicciones, en su apresurado paso al marchar, su cabeza altiva de frente al Sol que lo acompañaba en todo momento mientras se alejaba de su hogar.

 Pero, todo eso cambió lo que sus comandantes y superiores habían asegurado que sería una campaña de meses se tornó en un infierno de 4 años, tiempo en el cual todo en él se fracturó.

 Sus facciones se hicieron más duras todo en su pecho se hizo hielo, las dulces primaveras que corrían por su memoria se desmoronaron entre sonidos de metralla y los gemidos de seres cayendo a su alrededor, las personas más que enemigos eran simplemente personas, seres humanos que en algún momento en sus vidas habían compartido al igual que él un amor, habían tenido una vida.

 La penumbra que envolvía los campos de Kiev de Járkov y Minsk, no solo se quedaba en el terreno de combate se hacían uno con su alma y esta misma a su vez se hacía uno con el dolor. Paso a paso veía desgarrarse todo lo que lo convertía en un ser racional, la muerte ya era su perfume, era todo lo que se alojaba en sus pupilas.

 Esta historia, aunque conmovedora es real las ilusiones iniciales no siempre corresponden con los resultados finales.

 Normalmente, no entramos en cuenta lo que nos afecta nuestro entorno y las experiencias de vida, somos entes atados a nuestras vivencias y sensaciones.

 Ver los ojos de una persona es ver una ventana a su alma, es ver los dulces atardeceres, las millas náuticas navegadas, ver las caricias habilitadas en cada espacio del corazón por ese amor, por los besos, es contar uno a uno los detalles recibidos las esperanzas compartidas, es en definitiva sentir la más sublime empatía.

 Pero existe ese otro lado, esa proximidad a lo oscuro que se cuelga de nosotros a lo largo de la vida que por más que cerremos los ojos está allí.

 Nuestras experiencias y vivencias son reales, son parte de nosotros como un todo, indiferentemente que la vida se llene de obstáculos, de sinsabores debemos seguir alimentando nuestras pupilas de lo bello, de lo hermoso debemos asumir que nada es en vano que todo tiene un porque y un para qué.

 No debemos desmayar en avanzar, en destacar lo precioso de cada instante y hacer de nuestros ojos la más limpia ventana jamás creada.

Cómo nos decía Gustavo Adolfo Bécquer, poeta, escritor y novelista:

“El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada”.


Por Luis Gonzalo Guerrero.


Autor de: "Un adiós en el malecón".


Grupo Editorial Jurado. 

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