En que momento perdimos la elegancia.



En que momento perdimos la elegancia. 

 

 Somos lo que somos y por necesidad debemos aceptarlo.

 En algún momento de mi vida cuando disponía de tiempo para perder, dejé que mí atención fuese seducida por un mago, si por un mago con la cara de vidrio, según Eduardo Liendo, un mago muy peligroso, aunque buen mago.

 Entonces viendo ese espectáculo que me brindaba ese brujo, observé una discusión de altura cosa muy extraña que normalmente no sucede en su acto, vi con atención un encuentro entre un poeta y un escritor de oficio.

 Los dos premiados, dignos ganadores del Nobel de literatura.

 Octavio Paz y Mario Vargas llosa eran el centro y protagonistas de aquel acto de magia, 850 MHz era la frecuencia emitida seguramente, porque la calidad de aquella magia no pienso que pueda ser superada.

 Estos dueños de realidades y letras discutían acaloradamente de en que época la vida en este planeta fue más plena.

 Octavio, defendía con pasión que la época más feliz e intelectual y hasta más ardiente del hombre se dio en el siglo 18.

 En cambio Mario, defendía con todas sus armas que la época más importante del hombre es la contemporánea.

 Pero, para mí entender allí en medio de ese debate quedó un vacío, por qué ninguno habló del momento triste en que perdimos la elegancia.

 Para mí todo fue en declive en el preciso momento en que nombramos a este planeta “Tierra” en vez de “Agua”.

 El 71 por ciento de este planeta está cubierto por agua, solo el 29 por ciento restante es tierra firme, con esto no me refiero a su masa general como tal ni mucho menos, pero me refiero bajo estos números es donde se ha desarrollado nuestra cultura como especie.

 El hombre como especie dominante en la medida que se fue alejando del mar empezó a perder la elegancia, en la medida en que empezó a ver el mar como medio de obtener más tierra, fue perdiendo todo.

 Que diferente y elegante fuese nuestra existencia si viéramos el mar como nuestro hogar, si desde el momento que obtenemos nuestra primera bocanada de oxígeno fuésemos sumergidos en agua salada y no en agua bendita o mejor dicho no en agua bendita por un hombre.

 Con esto que expreso no busco ser entendido, pues hace mucho tiempo que ese no es mi objetivo, solo busco que por los breves minutos que generosamente sus retinas posan su atención en mis letras, me acompañen en mi hermosa utopía.

 Situémonos en ese momento Espartano en que como familia despertemos un caluroso día de verano, donde el sol ocupe el lugar más alto en el cielo, tomemos la mano de nuestra esposa y la coloquemos a nuestro costado de babor, de la misma forma tomemos a nuestro hijo o hija de 7 años de edad de la mano y lo coloquemos a nuestro costado de estribor y juntos como familia nos dirijamos al puerto principal de nuestra ciudad de origen.

 Entonces, caminando altivos, sin mencionar palabras, viendo el horizonte y ya al final de un hermoso embarcadero, de frente a un impactante barco a vela de unos 82,5 metros de eslora, con 10,6 metros de manga y calado de 4,4 metros, con la acomodación total para 212 personas, entreguemos a nuestros vástagos bajo tutela de marinos profesores versados, letrados en los más altos conocimientos puestos al alcance de la raza humana.

 Imagínense, verlos zarpar lejos de todas las distracciones y vicios de la tierra firme, sin celulares, sin drogas, sin poderes mediáticos a su alcance, dedicados únicamente a navegar, estudiar y conocer el mundo por doce meses de intensiva vida y cultura.

 Y que así fuese de forma consensuada con períodos muy cortos en tierra hasta culminar su educación formal.

 Sería un mundo donde solo se respirara la armonía, la excelencia, se respetaría la vida, donde se haría sustentable la existencia, sería un mundo donde los valores fuesen el norte y donde sin duda alguna abundara la elegancia.


Por Luis Gonzalo Guerrero.


Jurado Grupo Editorial.


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