Definitivamente sin miedo







Definitivamente sin miedo.



“Dile al rostro que ves al mirarte al espejo, que es tiempo para él”.
 
 Sin temor, sin rodeos, por tu presente y futuro, dile a ese rostro que ya es tiempo de cambio.

 Díselo una y otra vez como se lo dijo a gritos en aquella definitoria mañana de abril, una rosa a tus ojos, así de frente, sin parpadear, asemeja al rayo, al mar, pero jamás desistas.

 El cambio es vida, es necesario y sustancial, la vida aunque le pongamos frenos se insubordina, se alza como ese milenario misterio por descifrar.

 Aunque en ocasiones también y ¿por qué no? Se revela ante nosotros en pequeños destellos llenos de gracia.

 La vida a través del cambio, evoluciona, divierte, como por decreto nos alivia, nos brinda hermandad, nos iguala a todos bajo un mismo cielo o simplemente ante una hermosa orquídea Cattleya. Nos pone satisfactoriamente salvos en las manos perfectas del “Divino Timonel”.

 El ver orilla desde el mástil de un pequeño bote al final de una larga travesía, es el sentimiento más cercano que tengo a la mano para explicarme y poner en la mesa de nuestra creatividad, lo que significa la cercanía del cambio.

 Estar en constante movimiento debe definirnos, que nuestro espíritu se exprese a través de nosotros en forma de amor constante, debe ser un derecho luchado, así como el mar, tu amor y las olas.

 Quizá y por fin, una vez más llegue el cambio tan esperado en nuestras vidas, como a mí con aquel pequeño malecón de mis saladas lágrimas, que hoy se hace risas, se hace éxito.

 Así lo siento y expreso con cada uno de mis huesos que es totalmente necesario el cambio, que es la forma más hermosa de dignificar el hecho de estar vivo.

 Cuando llevas el mar en las venas como yo, sabes y haces saber a todos que el estar quieto en puerto, es la forma más fácil y tortuosa de marchitar un clavel.

 Lo cual me obliga a expresarme como sé, me expone, hace que se note de donde vengo y como soy, aunque quizás con suerte me haga llegar hasta ustedes mis generosos lectores, porque eso es lo que soy en esencia un hombre simple, de pensamiento guerrero, de arenas y mar.

Por mucho, ¡Soy un marinero!

 Los marineros somos gente gentil, inurbana, que no sabe otro lenguaje que el que se usa en los navíos; ese lenguaje de la aventura, de la más infinita cultura que suma y se multiplica en cada puerto, del valor, de la templanza en las mayores circunstancias, se puede decir sin temor a equivocarse que en la bonanza somos diligentes, en la tormenta ambiciosos, que nuestro Dios es nuestra arca y nuestro rancho.

 Con esta divina razón y por aquel derecho místico milenario, adquirido en el mar entre sus marejadas y torbellinos, tenemos siempre presente el cambio ante nosotros, lo llevamos en nuestros corazones, debajo de nuestras guerreras.

 Es allí el punto mágico donde todo cobra sentido y se explican las firmes órdenes impartidas al espejo, por esta razón y no por otra no se hacen extrañas tantas reflexiones y nuestra puesta valiente ante la adversidad.

 Eso es lo que hago y los invito a hacerlo. Incesantemente me miro al espejo y me reto, pierdo mi mirada en lo negro de mis pupilas, viendo el inmenso universo que se encierra en ellas, raudo me arrojo al cambio, al mar y sus tempestades, con mis manos puestas firmes en el timón de mi vida, decidido una y mil veces definitivamente sin miedo.



Por: Luis Gonzalo Guerrero





Autor de: "Un adiós en el malecón"




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