Ser feliz es algo prodigioso





Ser feliz es algo prodigioso.


 Reconoce qué, a nadie das afecto, inclusive, ni a ti misma.

 Le decía André, mirando directamente las esmeraldas que lleva en su rostro por ojos la hermosa Lexa, y luego, sin más, sus ojos azul horizonte, terminaron sumidos en un mar de lágrimas de sal.

¡No obstante, es bien conocido, que hay muchos que te amamos, a ti, mi soñada Lexa, a ti, y a más nadie!

 Repetía, una y otra vez, desesperado y con rostro incrédulo.

¡Pero, hay algo que lo hace más triste aún! 

Decía André.

 El hecho que exista tu equivocada idea, tu loca manera de pensar, esa forma de ver el mundo, es un hecho tan frívolo y merecedor de lástima, el saber que tú no puedes amar, no amas a nadie.

 Él, estaba parado frente a ella, con sus manos acariciando el viento, acariciando tímidamente la nada, con esa triste sensación en todo su cuerpo de que todo, se desvanecía entre sus manos.

 Entonces y por fin, André, concluye diciendo, desbordado por el amor y la resignación:

¡En definitiva solo puedo expresarte una cosa, y será de mi parte lo último que obtendrás, deseo para ti, desde lo más profundo de mí, con todas las fuerzas de la razón que entiendas mis palabras, porque tienen en sí todo, tienen amor, tienen algo de concejo y amenaza!

¡Cambia tu pensamiento, porque yo inexorablemente cambié el mío!

 Tras estas marcadas palabras, culminaba la relación entre esas dos almas, que una vez se amaron sin remedio, pero las carencias emotivas de uno, pudieron más que el amor desbordado del otro.

Y continuó.

¡Es increíble que existan personas que no puedan ver más allá de sus propias narices!

 Lo gritaba André, viendo el cielo y las nubes de París, sin ningún temor en su alma.

 Pobre André, que podemos decir de él,  sin desmerecer sus tantas cualidades, entre muchas cosas, es un excepcional pintor Parisino, que tenía la virtud en sus manos de plasmar en sus lienzos con cada pincelada el momento exacto en el tiempo, dominaba la técnica hiperrealista de una forma magistral, sus óleos no eran meros cuadros de paisajes o bodegones, no, para nada, eran joyas, obras de arte, las cuales te hacían dudar de cuál era la verdadera realidad, si la que podías tener frente a ti, en tus recuerdos o la que existía en ese lienzo, posado en un simple caballete de madera oscura.

 Allí quieto ese cuadro, se comportaba como una ventana a una extraña dimensión, dónde solo las imponentes manos y los trazos agraciados de André Renault, podían dominarlo todo.

 Él, sin la más mínima intención, se enamoró, se enamoró de una de sus modelos, Lexa Nováková, una hermosa Eslava, de veinte años de edad, despierta, llena de una sensualidad que la acompañaba desde sus otras vidas.

 Era impresionante en todo los sentidos, ver su cuerpo estático, sin movimiento al posar, era algo indescriptible, al cabo de unos minutos, ella se iba transformando en algo más que la suma de sí misma, se transformaba, en algo que solo se podría hallar en la Real Fábrica de Porcelanas de Capodimonte en Nápoles, se torna perfecta, sin detalle, inmaculada.

 Su piel, blanca, se percibe fría, de un matiz más cercano al color de la piedra, que al color de la carne, sus ojos de forma mágica, se colocan fuera de sus órbitas y los cubre una niebla blanca, dando un efecto semejante al que acontece con el tiburón blanco cuando embiste a su presa, su cuerpo, como cosa muy diferente, se expresa mucho mejor estando inmóvil que en movimiento, y ese fue el punto de quiebre que despertó en el pintor algo desconocido para él, ese algo que se convirtió en su propio componente primordial, ese algo que se encuentra en cada fibra que une los hilos que tejen la vida, el pintor de fino y exquisito pincel, conoció el amor.

 Y así, todo fue muy bello en principio, pero sin hacerse esperar, la providencia, dejó caer su inclemente albedrío en esta historia, Lexa Nováková, tenía esa cualidad mortal para el alma noble de un hombre, ella era perfecta para ser amada, pero carecía de la rosa que ocupa la parte céntrica del pecho de una mujer, su pecho no albergaba latidos, ni pulso, la naturaleza, la había despojado del corazón, de los sentimientos, de la empatía, dicho de otra manera, para desgracia de André, ella no podía, se le era imposible amar.

 Recordando a Honoré de Balzac, novelista francés del siglo XIX.

"Puede uno amar sin ser feliz; puede uno ser feliz sin amar; pero amar y ser feliz es algo prodigioso".


Por: Luis Gonzalo Guerrero.



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