La mentira más grande de todas.

La mentira más grande de todas.

 

"La mentira más común es aquella con la que un hombre se engaña a sí mismo. Engañar a los demás es un defecto relativamente vano".

Este tipo de concepto nos define.

 Qué manera tan sutil empleamos para contextualizar nuestras opiniones y carencias, es una suerte de juego ególatra, distraído quizás, que nos hace sentir y experimentar satisfacción.

 Una de esas mentiras frecuentes entre tantas otras, es la compasión, aunque suene altisonante en sí, es un hecho latente, este sentimiento que en principio se muestra sincero tiene un lado poco amable, el cual debemos navegar.

 Es algo muy divino de nuestra parte estar sobre el bien o el mal, creer que las circunstancias que afecten a otro, o a nosotros mismos las debemos tratar como personas civilizadas, bien educadas, en los mejores valores que debemos mostrar empatía, es más, se debe dejar sentir nuestra empatía, tanto así como un verdadero compromiso, o sea:

¡Si te va mal yo me siento mal y por ende a mí también me va mal, yo estoy contigo! Suframos.

 Es extraño por qué no veo que eso resuelva ningún problema.

 En nuestra cultura occidental el tener compasión, es visto como un acto de generosidad cosa que no corresponde en nada con ese término en mi entender.

Se suele escuchar frases como:

“Ten compasión de mí”.

¿Por qué pides o porque algunos piden algo que no pueden dar?

 La compasión no es acción, jamás lo ha sido, compadecer ni compadecerte jamás ayudará a nadie.

 Existen otros conceptos y muy bien elaborados, como el del filósofo Arthur Schopenhauer, que asigna a la compasión como fundamento de la moral, ya que ella es la única que excluye el egoísmo como motivación de la conducta.

¿Será esto cierto?

 También tenemos la opinión de Immanuel Kant, y muchas otras opiniones dentro y fuera de la filosofía, todas muy respetables por ser frutos de las tribulaciones de pensamientos e ideas.

 Pero el sentir que las circunstancias o el padecer de un igual está lejos de mí y que estoy en la disponibilidad de solventar esa suerte o destino, que está en mis manos acabar con los tormentos persistentes y profundos de tal o cual, tormentos o padecimientos de base de una persona, es algo absurdo, cuánta Moralina disfrazada, usando tapa bocas quirúrgico.

 Cuan profundo puede ser nuestro desprecio por la capacidad de un igual, al sacar una moneda de tu bolsillo y entregarla en limosna, nadie merece limosnas, nadie.

 El ser humano es capaz, eclipsa todo cuando crea, cuando es quien debe ser.

 No confundamos la compasión con la lástima.

 El aporte a un igual debe ser íntegro, debemos crear, experimentar, no tratar de llenar vacíos que no existen, no creer en que por alguna paridad del destino traidor, podemos enseñar a otro, cuando el orientar es lo único útil.

 No hay nada fuera de nosotros que aprender, es un hecho, solo tenemos que desvelar, quitar el velo que cubre las verdades y como niños aprender lo que siempre ha estado allí.

 Para mí, en mi forma muy kinestésica de ver y de sentir la vida, la compasión, es aquel durazno grande, hermoso que cuelga de forma firme del noble duraznero, que podemos llamar vida, ese durazno que al verlo provoca olerlo, saborearlo, sentir lo terso de su piel, lo suave, lo algodonosa que luce, pero que debes saber cómo ingerirlo, sin arrebatos, pues si lo muerdes con total desenfado encontrarás un duro núcleo, el cual inexorablemente partirá como la más grande de las mentiras, hasta el último de tus dientes.

 Compasión, fue la de Homero al dejar morir a Aquiles en Troya, la misma que tuvo al dejar que Odiseo atracara su cansado cuerpo una vez más en Itaca, y poder morder, al fin, sin más límites, la piel de aquel durazno que latía en cada uno de los labios de su amada Penélope.

 

Por: Luis Gonzalo Guerrero.

 

Autor de: "Un adiós en el malecón"