He sido destinado a robar.







He sido destinado a robar.



 Sumergido en ti hasta mi pecho, no puedo dejar de pensar que nada de esto es mío, que el Delfín que cruza ante mi vista estaba aquí cuando nací, y que la ola que rompe en mi cara también.

 Aristóteles, decía que nos diferenciamos del resto de los animales por nuestra capacidad de hablar o por el lenguaje, y es un hecho cierto, pero me gusta ir un poco más allá, creo que nos diferenciamos del resto de la creación, por poder escuchar.

 En estos encuentros con mi alma, que normalmente son húmedos y cargados de sal, no necesito oradores ni de alto ni de bajo nivel, no necesito que nadie me narre lo que sucede en mi entorno, ni en mi cuerpo, vivo en definitiva y dejo que la suavidad de la bruma marina, haga su trabajo, me bese, me dé aliento.

 He sido destinado a robar de una manera divina y porque no hacerlo si nací después de Neruda, de Whitman, de Cabral, de Galdós, soy esa breve brisa que, sumido en mis pensamientos, inhala vida, exhala letras.

 Soy hermano de ese Delfín, quizá más de él, que de nadie pienso así, quiero vivir así, nadando, besando, amando.

 Ponto divino, que me inspiras rugido a rugido, marea tras marea y que, en mi mente haces orilla, me haces sentir vivo.

 Estoy condenado a robar, y será mi destino, porque como hago para no aferrar a mis retinas el candor de tu espuma, cuando escucho cada explosión de burbujas, en nostalgia, en amor.

 Al mover mis manos y dibujar semicírculos en tu superficie, medito, es ahondar en pensamientos, es saber que el término de mi vida no será una pérdida, ni de tu contacto, ni de tu esencia, será un encuentro entre dos hermanos, de una misma madre, pero de muchos Padres.

 Padres, como Ernest Hemingway, Julio Verne, Rudyard Kipling, Emilio Salgari, Daniel Defoe o Joseph Conrad.

 No definimos, a los que bien escuchan, no premiamos, a los que bien escuchan, hemos caído en tantos juegos, nos sentamos a diario a la mesa, no con alimentos, sino con nuestro ego, es triste pensar, que ese sea nuestro pábulo.

 Por qué no detallamos, cada grano de sal, cada gaviota en vuelo, el aroma de las algas, porque seguimos haciendo de nuestros seres fallecidos, seres lejanos, si solo se nos han adelantado y están en nuestro más seguro encuentro.

 Estoy destinado a robar, cada beso, cada caricia, pues las mías no son ni las primeras ni las últimas, si es que acaso el acariciar tiene fin, yo no le encuentro fin a nada, ni a esta vida, ni a la próxima, ni a tu amor que se entrelaza con el mío.

 Piélago majestuoso y profundo, que escuchas, que hablas y entonas canciones de paz, confúndete entre pasiones, entre libros y poetas, llega a esos rincones donde la tierra impera, más no la calma, sino la guerra.

Por Luis Gonzalo Guerrero.

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