Las manos que sostienen mi vida.







Las manos que sostienen mi vida. 



 Por más que lo intente quizás nunca pueda describir el amor, pero si puedo intentar expresar lo que siento a diario a través de él.

 Lo sentí muy claro por primera vez de manos de mi Madre, manos cargadas de ganas por vivir y ser Madre, mismas que dibujaban en el aire caricias, pasión e histrionismo cada vez que su garganta entonaba canciones de Rocío Durcal.

 También mi Padre con sus manos firmes en el timón de mi vida me mostró maravillosamente lo que era el amor, a él le debo el cincuenta por ciento de todo, la mitad de lo que soy o llegaré a ser, inclusive la mitad de Roma, la mitad de la plaza San Pedro en el Vaticano o la mitad del golfo de La Spezia, los paseos por el mediterráneo y la mitad del Mar Caribe, le debo el descubrir mi vida en Quisqueya y a su vez la mitad del ocaso en Puerto Plata que sin duda me hizo soñar frente al atlántico.

 Ahora que sobre mis huesos se prenden como rémoras años inclementes e inexorables, todavía siento el amor a través de otras manos, unas pequeñas, tiernas e inocentes que puestas como pétalos de rosas sobre mi rostro, dejan que me haga uno con lo infinito, las manos de mi hija, de mi dulce hija.

 A través de su amor tengo tregua con la vida y encaro al destino.

 No logro definir lo que es el amor y no me esfuerzo por hacerlo, ya que va por si solo se define así mismo como lo hace Dios en la naturaleza no tiene necesidad, es totalmente palpable sin mí y sin mis letras, va de mano en mano, de esas manos que sostienen mi vida.

 Y va una vez más, por supuesto, en las manos de mi hijo al tocar mi hombro, o cuando se estrechan las suyas con las mías y lo siento seguro y firme.

 Como olvidar que envuelto en el más puro sentimiento de amor, se encuentra mi cuerpo entero, por todas esas noches llenas de luna, salitre y mar, se encuentra envuelto en caricias de otras manos que por piedad celestial toparon mi vida, una definitiva mañana de septiembre, bajo el sol ardiente de una pequeña isla, caricias que no se desgastan y que crecen con el transcurrir de los años como el coral en el lecho marino, es un hecho, adoro el amor que va en tus manos mi amada.

 Así, este juego maravilloso de sentirnos y de estrecharnos, es el sosiego que armoniza mi vida, el que limita mi reiterada manía de querer definirlo todo, de darle explicación a lo que no tiene y abre paso en mi mente como en mi espíritu, a la magia que se esconde en cada Bahía, en cada libro, a esa magia que arropa y protege cada latido del corazón, haciendo de mi paso por este planeta, una experiencia única.


Por: Luis Gonzalo Guerrero.


Autor de: Un adiós en el malecón.


Jurado Grupo Editorial.


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