Reivindicar lo cotidiano.





Reivindicar lo cotidiano.


 A veces ocurre que lo más conveniente en nuestras vidas, es regresar una y otra vez a lo más básico, a lo fundamental.

 En todo momento debemos tener como meta, encontrarle un sentido a las cosas que vivimos o a las que nos rodean.

 Esta búsqueda de un sentido, es lo que por lo regular llamamos orientación, es la búsqueda de la claridad y esto deriva en una mayor comprensión de nosotros mismos, deriva en que valoremos lo que realmente importa y a su vez nos acerca, nos aproxima a lo bello, a lo hermoso de la existencia y así entre otras cosas, podemos alimentar nuestro ser, dando aliento divino al alma y al espíritu.

 Es necesario reivindicar lo cercano, lo próximo.

 En cierta medida debemos alejarnos de lo abstracto, pero por favor, no me malinterpreten, no escribo de lo abstracto en conceptos o expresiones artísticas, sino de lo que nos desconecta de lo concreto del día a día.

 De una forma muy humana, lo que está distante de lo concreto, de lo fundamental, nos impide situarnos.

 Me explico un poco mejor.

 En las costas de Asia menor, en lo que hoy en la actualidad llamamos Turquía, aproximadamente en el año 470 a.C. Ya era conocido por todos que en esas tierras vivía un hombre muy sabio y la fama de este, no solo se conocía en su ciudad natal de Jonia, sino que se extendía mucho más allá de Éfeso, y recorría todo el mediterráneo.

 Este particular hombre sabio atraía muchas personas de diferentes partes del mundo conocido, para aquel momento.

 Su nombre era Heráclito, y su leyenda y sabiduría siguen vivas hasta nuestros días, aunque en esta oportunidad lo que deseo narrar, es el encuentro de dos estudiantes noveles que fueron a su encuentro por aquellos años.

 Después de mucho preguntar y viajar durante semanas, dos estudiantes griegos, con hambre de conocimiento, dieron con el hogar de tan distinguido maestro.

 Al llegar vieron a Heráclito, junto a una fogata, sentado, vestido de una forma muy íntima y hogareña, sin nada a su alrededor que hiciera gala de su gran fama.

 El sabio no tenía en su entorno, objetos como libros o instrumentos de alta factura, cosa que a ellos los llenó de asombro.

 Ambos se asombraron de ver que ni siquiera estaba en una posición que despertara en ellos un sentido de admiración más acorde con sus expectativas, de inmediato se decepcionaron, acto este último que se les notó de inmediato en el rostro.

 El filósofo, como buen sabio, se percató de inmediato de la expresión de sus visitantes y de repente, alzó su mano y les dijo a viva voz:

¡Pasen queridos amigos y no se preocupen, pasen y disfruten que en este simple acto ordinario que realizo día a día, en este en particular, en todos y en cada uno de ellos, también habitan los Dioses!

 Es decir, mis queridos lectores, que en todo acto que se desprende del hecho de estar vivos existe un componente divino, está en nosotros el detallar hasta el cansancio la majestad de lo vivido, valorar lo que se repite una y otra vez, rescatar lo sublime de cada detalle y sin dudar reivindicar lo cotidiano.


Por: Luis Gonzalo Guerrero.


JURADO GRUPO EDITORIAL.


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