Venezuela, mil colores al atardecer.


 

Venezuela, mil colores al atardecer. 


 Y así fue, con un beso sellamos el pacto de amor, algunos troncos hechos leña, tu mano sobre la mía y la vieja olla humeante a la orilla del río, mi caballo, mi hermano de la vida, como único testigo de nuestro profundo amor.


 Ambos sin mencionar palabras viendo el correr de las aguas al mar y esa dulce garza mora dándole combate al río, sin duda así es como se enamora tu corazón con el mío.


¡Qué sabio es el poeta!


 No puedo dejar de ver la flor de cayena adornando tu oreja, no puedo dejar de disfrutar ese perfume a lirio sabanero que inunda todo a tu paso.


 La música recorre mi mente, pero solo de mí sale un leve silbido en forma de tonada, largo y distante que recorre la sabana, sabana taciturna de mis amores, sabana que vez reposar el amor y el viento.


 El mastranto hace lo que mejor sabe hacer ser hermoso y florido, Dios siento mi tierra y a mi mujer, siento el río y su melodía, esa que pone a flotar al gavilán pollero, gavilán pico amarillo o pico rosado.


 Volvemos a pactar beso tras beso y los juramentos nacen como nace lo que irremisiblemente muere.


 Entonces del tricolor de tus ojos nace mi sinceridad tonta, pero humilde y te recuerdo que no soy un bongo de un único puerto que uso el río para llegar al mar, que de amores y desamores lleno la sabana que no conozco de fronteras y que mi gentilicio es el amor, venezolano si es verdad, pero un amante errante de la vida del río y del mar.


 Como buena amazona mi sinceridad te da igual y tu pecho se hincha de la brisa, del mecer de los mangos y como María Lionza, tomas la pelvis entre tus manos y viéndome a los ojos lanzas el desafío.


 Navega lo que quieras, atraca en el puerto que quieras, pero la miel cuál panal en mis labios jamás encontraras.


 Amémonos en esta rivera, con Dios y tu caballo de testigo, y vivamos este día, vivamos el presente y lo demás que quede en manos del tiempo, como nuestro río que pasa inexorable.


 Callé, pero con un profundo respeto y orgullo, pues el saber que en mi tierra no hay yegua mansa, ni sopa desabrida, es decir, que el pasitrote del caballo no necesita espuela y que el bagre rayado cuando se le pone difícil, es cuando disfruta la pelea.


 Le dije gracias mi amor, tus palabras me consuelan, me pare altivo a vigilar la olla, ya de pie, no senti nada más sobre mí, nada más allá que mi sombrero y mi Dios.


 Así mi mente se recrea en mi tierra, tierra de héroes, de lanceros, de Carabobo y las Queseras del Medio, del grito de vuelvan caras, donde el ron y el whisky se confunden con las risas, donde el hombre es feliz con su mujer y la mujer adornando el vergel, así es mi Venezuela amada una flor en capullo, mil colores al atardecer. 


Por: Luis Gonzalo Guerrero. 


Autor de: Un adiós en el malecón. 


Jurado Grupo Editorial. 


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