El medio es el mensaje

El medio es el mensaje

No sé en qué momento me convertí en un buzón de correspondencia, realmente no lo sé, así me siento cada vez que suena mi dispositivo móvil, es esa sensación de que algo en tránsito desde la mente de alguien quiere llegar hasta mí por alguna razón. Con esto quiero dejar claro un punto, no tengo ningún problema con el medio, ni con el mensaje, lo que me preocupa realmente es el contenido que viene envuelto en el mismo, el mensaje viaja en esta época de forma rápida, no anda en pequeñas carreteras de tierra, polvorientas, curvas, ni sobre carretas jaladas por corceles, fieles y exprimidos hasta su muerte, no, eso ya no es así, ahora viaja por autopistas robustas, caudalosas, de fibra óptica y bien establecidas, con miles de servicios adheridos los cuales te invitan a recorrerlas, te invitan a vivir en ellas a dar y recibir cualquier cosa; hacen del mensaje algo clave que entra en tu vida de múltiples formas, cuan difícil se hace esquivarlo, sortearlo o digerirlo. No me malinterpreten disfruto muchísimo la era moderna y lo que nos ofrece, pero a su vez disfruto cada vez menos el mensaje que de ella emana.

Recuerdo una de esas tantas veces en que caminé sin ninguna prisa, caminaba tranquilo, podía ir contando mis pasos si hubiese querido, distraído quizás con el hecho de estar disfrutando de todo ante mí; disfrutaba de las personas en su dinámica al salir de cada estación del Metro, de las conversaciones ocasionales sin ninguna trascendencia con cualquiera a mi paso. Recuerdo tan vívidamente que así solía ser en ocasiones mis caminatas por la extraordinaria ciudad de Caracas, siempre buscaba la excusa ideal para apartarme un poco de la rutina y salir con mis mejores compañeras, las de siempre, mis ideas, mis reflexiones y mi soledad. Me gustaba sobremanera caminar sin derrotero cierto por ese hermoso bulevar de Sabana Grande, en Chacao, caminar y pensar, observar, medir el impacto que ejerce en mí la ciudad como un ente vivo. Viva, es el mejor calificativo para describir a la ciudad de Caracas de mi época, viva en todos los sentidos, cosmopolita, llena de lugares culturales, sitios de interés y lo mejor de todo para mí, estaba copada de los más exquisitos Bares. No es un secreto para nadie que soy un amante de los buenos Bares, me encanta ese halo de misterio que encierran en cada historia oculta, esa sensación entre peligro y confianza que se apodera por momentos de todo, al entrar, también me sorprende la transformación mágica de mi humor con tan solo aproximarme ante ellos, ese cambio sublime me gusta mucho. Viene a mi memoria también para mí dicha, que luego de un rato caminando, llegué sin tropiezos hasta plaza Venezuela, observé maravillado la hermosa fuente y sus columnas de agua que acariciaban el cielo, cuando una hermosa dama de piernas muy largas pasa justo a mis 12 en punto, de cabello muy negro impactante, no sé cómo explicarme pero yo ese día estaba más decidido que nunca a dejarme llevar por mis pasiones, todo se prestaba, la ciudad, El Ávila y la dama. La seguí como si fuera un Presa Canario tras su trofeo de caza, sus piernas largas torneadas y exquisitas, me hicieron seguirla, me llevaron hasta un establecimiento solo a metros de la gran plaza, me detuve al perderla de vista y contemplé la fachada de este, muy antigua, desgastada, tenue, con unas iniciales pintadas en azul "CB" y un poco más arriba se dejaba leer 

“Cordón Bleu"

Allí estaba el medio y la pregunta era: ¿Estás dispuesto o listo para recibir el mensaje?

Y mi respuesta no se hizo esperar.

!Entre¡ Y Sorprendido quedé, el sitio se quedó atrapado en otra época, sus paredes cubiertas por un papel tapiz muy particular, el terciopelo rojo y dorado cubría todo, ciertas partes de esta fina tela habían sido atacadas por visitantes menos respetuosos, en sí todo me hipnotizaba. En su salón principal un viejo piano el cual no me di la tarea de averiguar si funcionaba, pues mi interés estaba en la barra. Me acerqué con la sonrisa muy amplia, esa que suelo tener al entrar en un Bar, y ¡oh! Grata sorpresa ella estaba ahí, justo ahí, la hermosa dama de las piernas largas y exquisitas, era la encargada de la barra, para mí fortuna, me senté y le pedí un escocés, sin ninguna intención de sonar arrogante fui muy enfático y preciso: 

"Glenfiddich 15 años, por favor" 

Dije con voz un poco áspera, Pues tenía el deseo de sentir ese fuerte sabor a malta y el peso en la garganta que solo me brinda ese whisky en particular. Luego de unos cuantos tragos de aquella poesía líquida y de una conversación bastante amena, ella no se aguantó y mandó el mensaje, definitivamente lo hizo claro y fuerte directo a mi mente. La bella dama me empezó a hablar de la mala situación del bar, de los problemas económicos que sufría, de la inseguridad reinante y que debía estar pendiente al salir, me decía: "Hace un mes mataron a alguien justo a metros de la puerta del local"

Y se desdibujó todo ante mí, las anécdotas que ella misma me contó con anterioridad, aquellas de Presidentes compartiendo almuerzos suntuosos en ese bar, todo aquello mágico que estaba viviendo se desapareció de inmediato. Cerré mis ojos, respiré muy profundo y pensé tengo dos opciones:

 "No recibir el mensaje" 

 "Cambiar mi forma de percibir el mensaje"

Pasado unos segundos abrí los ojos y mi mente se organizó, volvió a mí la idea original, la del disfrute, sin dudarlo de nuevo empecé a gozar de ese maravilloso Bar, disfruté de una fenomenal noche, la primera de muchas en ese sitio, pues visité por años ese lugar extraordinario. Ciertamente esto pone sobre la mesa la frase acuñada por el filósofo, erudito y profesor Canadiense Marshall McLuhan:

“El medio es el mensaje"