Un acto digno de ser venerado





Un acto digno de ser venerado.

 Absolutamente, todo lo que soy está allí, en lo que escribo, me guste o no, es indiferente, cuán especialmente mágico es ver que está en cada línea, aunque muy oculto, solo yo lo puedo descifrar, está allí en cada letra, en cada párrafo, es lo que soy inclusive lo que quisiera ser, lo que fui o lo que llegaré a ser.
 
 Es un hecho cierto, es tan fácil ser gentil a través de la palabra oral, se puede ser chistoso, jovial, encantador, te puedes permitir hasta ser superficial y frívolo, pero a través de la palabra escrita, es otra cosa, se siente y se expresa como si posaras los pies en el lecho del fondo del Mar, al mismo nivel de la fosa de las Marianas, donde se han encontrado ejemplares de Xenophyophorea, unos organismos unicelulares que se desarrollan a una profundidad de 10.600 metros.

 Es así o más profundo lo críptico de la palabra escrita.

 Quizás en ocasiones solo el que escribe se puede descifrar, pero esto en ningún momento deja por fuera al lector, pues los que escribimos también somos lectores empedernidos y es de eso precisamente de lo que se trata, de seguir, de avanzar, de anhelar momentos vividos, o momentos vividos por otros, es esa hermosa y abrupta relación entre códigos y símbolos que nos atrae tanto, pues al leer como al escribir descubres, sueñas, logras, en intervalos rítmicos respiras.

 En esta etapa de vida maravillosa, pero muy tonta en ocasiones etapa cronológica, se nos ha puesto en disyuntiva sobre el real conocimiento y de sus verdades.

¿Quiénes son los sabios?

¿Cuál es la verdad?

 La ciencia no expresa soluciones a los problemas básicos de la vida, no enseña como manejar el amor, la tristeza, el sufrimiento, la soledad y la muerte.

 Eso lleva a que mis pensamientos se cristalicen, se mortifiquen en cuestionarme que fue de aquel sabio de tribu, aquel anciano dueño de innumerables relatos, moralejas y experiencias, no vimos que cada uno de ellos era más que su propia carne y huesos, pues nada en la ciencia, ni en la modernidad, te ayuda a morir con calma, ni a vivir con ella.

 La mayoría de ellos jamás pusieron sus pensamientos en letras, de una manera poco eficaz su sabiduría era transmitida de boca a oreja, lo que inevitablemente causó la pérdida de todo, pues el humano suele tergiversar con facilidad todo lo que escucha. La muerte de uno de estos sabios, es lo que para nosotros fue el incendio de la biblioteca de Alejandría en su momento, una penosa pérdida irreparable.

 Me explico un poco más, aunque realmente no sé si importe, pero lo siento como parte de esta misión tan mía, impuesta por algún ente superior, me consuelo con esto y quiero pensar que es así, que fue un ser superior que me designó a la misión de escribir, pero la realidad es que no sé quién lo hizo, no sé quién impuso está pasión en mí.

 A este ser, le manifiesto mi agradecimiento a través de mis oraciones a diario, constantemente y a su vez, asumo esta misión con una gran alegría, aunque con tristeza, por qué puedo sentir y darme cuenta cuán pocas alegrías tengo, si, son pocas, pero importantes todas y entre ellas está el escribir, que por mucho es una de mis alegrías reales.

 Es fascinante analizar los teoremas, estudiar álgebra, las teorías de los grandes científicos que le dan forma al mundo, a un mundo llano en mi opinión, con muy pocos sentimientos.

 Con un mal sabor en los labios y en su medida con cierta amargura, lo expreso así, porque es tan sencillo como presionar una tecla en nuestro ordenador y Google nos da una respuesta inmediata. Y es este el problema o parte de él, la inmediatez y lo superficial.
 
 Nada tan rico como ese momento íntimo de investigación, de buscar en unos viejos y polvorientos libros la respuesta tan ansiada, o en su defecto saborear esa conversación que suele ser infinita, con un apreciado amigo que, de vez en vez, se convierte en tu gran maestro y chamán.

¿Qué te gustaría escuchar?

¿Te has preguntado alguna vez?

 Que te gustaría oír, en ese preciso instante en que te toque el momento de zarpar de este mundo cruel, material y corriente.

 A lo mejor te gustaría escuchar la teoría del Big Bang, aunque no creo, sería muy larga y poco tranquilizadora, o prefieres, como en mi caso, la dulce afirmación de un familiar que con voz de terciopelo te diga:

“Descansa que tu rumbo está marcado a aguas más profundas, donde las vicisitudes de la vida no te aguardan, donde el odio ni la envidia imperan, solo la suave mano de nuestro creador te mecerá para hacer de tu descanso final, un acto digno de ser venerado”.

Por: Luis Gonzalo Guerrero

Jurado Grupo Editorial.

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