El arcano de las Galápagos


El arcano de las Galápagos


A veces escucho mi nombre al ir caminando por la calle, cuando volteo no hay nadie, es algo que me ha pasado con frecuencia.

¿No sé, si a ustedes también?

Pero lo más escalofriante no es el hecho de oír mi nombre y no ver el emisor de tal llamado, sino la familiaridad en la voz que te hace voltear de inmediato, pues encuentras en ese timbre de voz, cercanía e intimidad. Definitivamente, no es una voz cualquiera. Nuestra existencia está llena de cosas que no podemos explicar, para mí es algo magnífico el sentir que mi entendimiento tiene un límite, que no todo está explicado, es algo sublime; tan sublime como un beso, como el cruce de caricias sin miradas en una noche sin luna, dónde la piel no solo recibe si no da, como no vivir en ese estado de perfección que consiste en la unión del alma con lo divino, como dejar de sentir esa corriente de aire frío que propone la unión del alma en profundo abrazo con su origen. Es muy satisfactorio saber que no todo está resuelto.

Como pequeños puntos verdes y marrones en el inmenso azul del Pacífico, se muestran orgullosas las islas Galápagos. En ellas un hombre joven, lleno de sueños, lidera una expedición científica, su mente, sus estudios, le dicen en contra de todo lo que cree por fe o de lo que le enseñaron a creer por fe, que el desarrollo de la vida en la tierra tal y como la conocemos no fue algo simplemente espontáneo, ni decretado a capricho, que todo fue parte de un proceso, de un sistema, producido por cambios lentos uno tras otro, emanados de la necesidad, de la supervivencia del más acto. Su vida como hombre disciplinado, consistía en el profundo estudio de la naturaleza, pero su mente analítica, científica, no podía deslindarse de su profunda fe en un ser supremo.

Observa maravillado, que existe un tipo de ave en las islas, que son de la misma especie, pero que de islote en islote van cambiando de características, en una tienen el pico más largo, en otro islote lo tienen más corto, el plumaje en una es más colorido, en fin tenían variaciones que solo le eran útiles en su pequeño entorno. Como él lo imaginó, la naturaleza puso ante él lo que necesitaba para demostrar su teoría, que las especies van evolucionando en demanda de su entorno para satisfacer sus necesidades y que solo así sobrevive la especie mejor adaptada, la más apta. Todo esto de la evolución es un proceso lento y sistemático, sin brincos sin sorpresas. Pero el giro del destino no se hizo esperar y en 1875 poco antes de su muerte en 1882, nota en su teoría una brecha, una fisura, asunto este que en otro científico fuese un hecho catastrófico, pero para él fue algo alentador y tuvo la responsabilidad científica de admitirlo. Su gran arcano se encontraba en el rápido desarrollo de todas las plantas superiores, pues si, las plantas con flores así como las conocemos, surgieron hace unos 130 millones de años y en ese tiempo lograron diversificarse en 300.000 especies, esto es prácticamente un brinco evolutivo, esto ante los ojos de él solo podía ser explicado como un milagro, en definitiva la vida le dio ambos alivios, el saber que su ciencia podía explicarle casi todo, pero que también existía esa brecha dónde no todo se explica, dónde no todo está resuelto.

Charles Darwin, era el nombre de este gran naturalista y nos dio un regalo muy importante para todos, no solo su satisfactoria teoría, sino también el conocer que hay cosas sin explicación y que puede convivir en nosotros lo analítico y lo desconocido.



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