Sorpresas te da la vida

julio 08, 2020

He tenido diversas ocupaciones en mi vida; y debo confesar que han sido muchas y ha sido así por una sencilla razón, me apasiona el cambio, me atrae sobremanera la idea de conocer y experimentar. En cada una de ellas me he esforzado por realizarlas con responsabilidad y compromiso. Siempre desde niño me han atraído, las máquinas de gran tamaño, los barcos, los aviones y por supuesto los camiones. Como cosa del destino tuve la oportunidad de trabajar en una empresa de transporte, la cual prestaba servicios a una marca muy famosa de refrescos. En ellá me desempeñé como chofer de camiones; trabajo que disfruté, pues complací mi deseo de infancia de manejar estas maravillosas máquinas. Adoro la ingeniería a gran escala puesta en práctica, para que semejantes colosos puedan moverse. Esta profesión muy respetada, por lo menos por mí, tiene la particularidad, que está muy cargada de estrés y los choferes suelen, soltar las tensiones de muchas formas; pero la principal y más folklórica, es tomarse unas espumosas, al final de la jornada. Se reúnen en un sitio específico y comparten sus anécdotas del día entre cerveza y cerveza. Yo para no quedar fuera de ambiente, seguí la tradición, aparte que no suelo rehuir, a ese tipo de situaciones, ya que soy bien adepto a compartir y degustar los dulces beneficios de la cebada. En ese día en particular, al que quiero hacer mención, fue un día viernes; nos reunimos mis compañeros y yo, a charlar de la larga jornada, a presumir de nuestras máquinas y de nuestras habilidades de manejo; y las cariñosas frías fueron pasando por nuestras manos, sin parar y sin medir consecuencias; entrada la noche decido irme; ya en ese momento me encontraba con la luz derecha (ojo) un poco baja de intensidad y sucios los inyectores (hipo) por efecto propio de las mismas. Deje mi portentosa máquina en el garaje correspondiente y me fui a casa en transporte público. Para llegar a mi hogar debía hacer varias paradas, el recorrido lo imponía, en todas y cada una recargué combustible (birra).

Bien entrada la noche llego a mí residencia; en el lobby me consigo a unos amigos que me invitaron a continuar la farra y como soy un chofer de tramos largos, continúe. De alguna manera luego de esta faena agotadora, llegué a casa y logré parquear(acostarme).

En la mañana bien temprano me levanto con el radiador seco (la boca) y el parabrisas empañado. No sé si les ha pasado pero después de una noche de comprometidas copas, yo me levanto un poco exaltado y como acto reflejo siempre busco mi cartera, no sé con que apuro siempre lo hago; jamás encuentro en ella, ni dinero, ni el consuelo moral por haberlo gastado. Pero ese día fue tan diferente, muy diferente.

Dentro de mi bolso de trabajo, encontré algo que me llenó de sorpresa. Conseguí un cachorro; sí un pequeño perrito, negro con manchas blancas, como en esmoquin; no se como llegó ahí. Lleno de asombro, él me miró yo lo miré, ambos inmóviles, uno esperando el primer movimiento del otro. Ciertamente él tomó la iniciativa y cuidadoso llego a mis manos, era muy pequeño, de meses de nacido, de inmediato, dejé atrás el asombro y lo puse en mi regazo y formó parte de mi vida.

Viajamos, cruzamos mares, paseamos en moto, fue mi compañero durante años. En ese momento entendí lo que dice Rubén Blades en su canción; la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida.